martes, 29 de noviembre de 2011

Habitación 422

Una tarde cualquiera en un hospital comarcal, en la habitación 422, dos mujeres guardan silencio. Las dos están en reposo (no se pueden levantar de la cama), en dieta absoluta (tampoco pueden comer ni beber nada), con sueros... y son octogenarias. Maruja, en la cama A, tiene alzheimer; viuda desde hace más de veinte años, el único hijo que tuvo se murió sin llegar a cumplir los cuarenta en un accidente en la mina. En algún momento de claridad aún se acuerda de él, y cuando lo hace, se entristece y una nube aparece en su cara y son los únicos momentos en los que Maruja no sonríe. El resto del día se lo pasa riéndose, con cualquier cosa, todo está bien para ella, aunque dice que tiene 51 años y que vive en su piso de toda la vida Maruja está institucionalizada desde hace varios años pero claro, ella no se acuerda... Pilar que ocupa la cama B, está consciente y orientada, pero obsesionada con el suero que cuelga encima de su cabeza y que a través de un cable largo que se le enrolla contínuamente entre los brazos gota a gota se va introduciendo dentro de ella. Parece mentira pero Pilar nunca antes estuvo ingresada. Tuvo tantos problemas y trabajó tanto por su familia que nunca se permitió enfermar porque sencillamente no podía. Lleva pocos años viuda, y desde que su marido se fue ya no es la que era. Aún vive sola, sus hijos apenas la visitan y desde que está en el hospital han ido sólo una vez a verla. Es la primera vez que está ingresada y todo es raro y difícil para ella.
La tarde pasa como pasan todas las tardes y a las nueve de la noche en la habitación 422 no han tenido visitas.

Mi Maruja y mi Pilar (que no son ni Maruja ni Pilar) me preguntaron a última hora de la tarde dónde vivía, si tenía coche y si tenía que hacerme yo la cena cuando llegara a casa porque "¡ay prubina nena!, vas llegar muy tarde"... Maruja me dijo que ella en su casa aún cocinaba en su cocina de carbón (qué mujer con 51 años no cocina) y las tres nos reímos.

Yo no sé si llegaré a los ochenta ni en qué condiciones lo haré: si viviré sola, en una residencia o con los hijos que todavía puedo llegar a tener algún día (por qué no).... Tampoco si cuando esté en una cama sin poder moverme y pase una tarde entera sin que nadie me visite y me sienta sola y me ataquen los recuerdos y eche de menos a la gente que quiero y tantas y tantas cosas que a una le puede dar por pensar, me preocuparé de la enfermerina de turno que ande por ahí, como Pilar y Maruja se preocuparon por mí.



Foto: "Ancianas" óleo sobre lienzo de Laureano Quesada Jiménez


domingo, 6 de noviembre de 2011

De mayor quiero ser...

Retomo y vuelvo con un tema del que ya tenía yo gana de escribir. Una entrada que tenía pendiente desde hace meses y como ahora no estoy en un buen momento sobre todo en lo que inspiración se refiere, pues me lo pongo fácil a mi misma y elijo volver con esto.

El tema de hoy es...

¡¡Profesiones románticas!!

Sí, cómo lo leéis. Para mí existe un grupo de trabajos llenos de... no sé qué decir para no volver a decir "romanticismo", pero por ahí va la cosa. Por ejemplo. La profesión de cartero. Pensar que eres un "transmisor", que llevas buenas (vamos a ser un poco optimistas) noticias además de facturas sí, pero también felicitaciones, conjuntos de letras que expresan sentimientos, fotos de algún nieto/a en la distancia, giros postales que arreglan un mes o dos o más... transportar palabras de amor, por qué no... cartas que se guardarán vidas enteras... ¿quién puede decir que esto no es romántico?
Pero para mí, aún por encima del cartero, el maquinista de tren (otra que me gusta mucho, algún día puede que también lo explique), cocinero/a (dicen que comer es el mejor placer que se disfruta con la ropa puesta), floristero/a (te lo digo con flores...) y otras cuantas más, para mí, el oficio más romaaaaaantico que me puedo imaginar es el de farista (o farero/a); siempre a mar abierta, con la mirada puesta a lo lejos pero sin descuidar lo que está cerca a la vez, ayudando a no encallar, de forma silenciosa, sin ruido pero haciéndose notar, rasgando la negrura de la noche, sabiéndose necesario, vital, marcando el camino, dando referencia... En fin... ya está... compartido queda...